Presentación de «La Danza de la Muerte» de Miguel Ángel Ortiz Albero en el marco del Festival Internacional de Artes Escénicas de Graus «Nocte»

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Hoy he tenido el inmenso placer de presentar en Graus, en el marco de la XII edición del Festival Internacional de Artes Escénicas de Graus, Nocte, a Miguel Ángel Ortiz Albero y su interesantísimo ensayo La danza de la muerte. Bailar lo macabro en la escena, la literatura y el arte contemporáneos.

Siento no haber podido anunciar el acto en este medio, pero como compensación, y para quienes no hayáis podido asistir, os dejo aquí con el texto que he leído para abrir el acto (tras el cual el autor nos ha hablado de su obra, incidiendo en particular en su génesis) y unas fotos que dan cuenta del buen ambiente y la nutrida asistencia a la presentación, que ha tenido lugar a las 13:00 horas en el incomparable marco del patio del Hotel Palacio del Obispo de Graus.

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Cuando hace ahora un par de meses Miguel Ángel Ortiz Albero contactó conmigo para preguntarme si estaba dispuesto a acompañarle en este acto de presentación de su obra La danza de la muerte, sentí (conste que solo por un breve instante) una sensación de vértigo, de encontrarme al borde de un abismo, que me empujaba imperiosamente a declinar su amable y generosa invitación. Y es que mi condición de profesor de instituto, de lengua y literatura para más señas, tiene, en estos tiempos aciagos, mucho de limitante y hasta de reductora, si se me permite la metáfora química. No me veía, en fin, a la altura de las circunstancias haciendo de anfitrión y telonero de una de las voces más interesantes de la literatura aragonesa contemporánea.

Pero ya he dicho que solo fue un instante de duda, un breve vahído ante la responsabilidad de la tarea encomendada. Enseguida vino a mi mente para despejar toda incertidumbre y decidirme a aceptar y afrontar la tarea encomendada el hecho de que, por alguna extraña jugada del destino, Miguel Ángel había estado presente en momentos clave de mi vida, aunque él quizá no sea del todo consciente de ello.

Por poner solo un par de ejemplos muy elocuentes, recuerdo ahora que justo cuando me disponía a asentarme en esta tierra ribagorzana tuve la inmensa fortuna de compartir con él espacio en el VI Festival Internacional de Poesía Moncayo, y solo un par de años después (si la memoria no me falla), justo cuando trataba de sacar adelante una aventura editorial, que no hace mucho di por muerta y finiquitada, su magisterio, a través de un magnífico coloquio en el jardín del Espacio Pirineos (del que guardo un entrañable recuerdo) me dio las fuerzas necesarias para seguir adelante.

En definitiva, estoy convencido de que Miguel Ángel es, como demuestra en particular la obra que se dispone a presentarnos, una fuerza inspiradora y hubiera sido de tontos, por mi parte, no compartir de nuevo este día con él y con sus palabras.

Cumpliendo pues con lo que me toca, empezaré por hacer una breve semblanza de su ya amplia obra, y no tanto porque Miguel Ángel necesite presentación alguna en Graus, es decir, en la que entiendo que es casi su segunda casa, sino porque explica mucho sobre el libro que tenemos entre manos.

Y es que Miguel Ángel es ante todo un artista integral, que reúne, además de una inagotable capacidad creadora en todos los campos del arte, un saber y una erudición difíciles de encontrar en estos tiempos y más aún en alguien tan joven como él.

En efecto, se licenció en Historia del Arte mientras trabajaba como actor en una compañía profesional de teatro y ha formado parte (algo que también guardo como un entrañable recuerdo de mis tiempos de estudiante en la Universidad de Zaragoza) del grupo de artistas plásticos ecrevisse, con quienes ha expuesto collages, cajas e instalaciones. Por si todo esto fuera poco, es además dramaturgo y narrador (es autor de las novelas La herida es el comienzo y Un día me esperaba a mí mismo) y se cuentan, además, entre sus escritos colaboraciones en prensa, guiones para tebeos y textos para catálogos de exposiciones.

Pero ante todo (y que me perdone si no está de acuerdo con mi opinión) Miguel Ángel es además uno de nuestros más reconocidos poetas, con obras como Cuaderno azul de la distancia (publicado en 1999 en Madrid por Zambucho/Corral), Donde comienza el desorden (publicado en 2001 en Zaragoza por Lola Editorial), Cuaderno de la sal en la mirada (Primer Accésit en la I Edición del Premio de Poesía de la Delegación del Gobierno en Aragón-Cajalón y editado en Zaragoza en 2005 por Aqua), Sbattimento, notación para un “libro de las sombras” (Premio Isabel de Aragón, Reina de Portugal en su vigésima edición y editado por la Diputación Provincial de Zaragoza en 2006), Algunas palabras para las desapariciones (editado en Zaragoza por Eclipsados en 2008), Nombrar el lugar, decir silencio (editado por Prensas Universitarias de Zaragoza en 2009), Troupe (editado en 2010 por Olifante) y el singular libro Bajo un centenar de cielos (editado en Zaragoza en 2003 por Los libros del canal y en el que colabora con su hermano Álvaro para lograr una perfecta fusión de ilustración y poesía).

No me extenderé mucho más en hablar de su ya extensa obra, pero puesto que, como antes decía, esta explica mucho del libro que hoy nos presenta, quiero añadir que a Miguel Ángel le gusta definirse como paseante y observador y que en ella siempre se ha movido en los límites de los géneros que ha cultivado, o quizá mejor sería decir, que ha explorado, borrando de una manera deliberada sus límites, como corresponde con un artista radicalmente moderno.

Pasando ya a la obra que nos ocupa, La danza de la muerte. Bailar lo macabro en la escena, la literatura y el arte contemporáneos, he de empezar por reconocer (y espero que me disculpen por ello) que justo en estos días me encuentro enfrascado en su lectura, pero basta y sobra con lo que llevo leído para confirmar lo que al principio les decía, esto es, que considero a Miguel Ángel una fuerza inspiradora.

Empezaré por ponderar el hecho de que se trata de un peculiar ensayo, en el que, como antes decía, se borran (o quizá sea mejor decir se expanden) los límites entre este género, lo narrativo y lo lírico, sin olvidar el complemento de las artes plásticas, gracias a la especie de apéndice en el que recoge un buen número de ejemplos de obras pictóricas, ilustraciones y fotografías que ilustran el tema de la Danza de la Muerte. He de decir, para que no piensen que mis elogios son solo fruto de la amistad, que soy un lector exigente, que apenas se alimenta de relatos breves, poesía y ensayo pues, ante todo, busco en la lectura una fuente de inspiración, que hallo sobre todo en este último género nacido de y para la reflexión. Y ciertamente, la obra que nos ocupa, está cumpliendo más que sobradamente con esta expectativa.

En ella Miguel Ángel, a través del motivo de la Danza de la Muerte, se enfrenta a un tema trascendental como es la muerte, parte consustancial de la vida y por ello mismo origen de nuestra misma conciencia y de toda forma de cultura y pensamiento, con la excepción quizá del pensamiento único y débil que caracteriza a la época en la que nos ha tocado vivir, quizá, precisamente, porque se ha hecho en ella todo lo posible por hacerla invisible. De ahí que estemos ante una obra necesaria, por no decir imprescindible.

Por otra parte, Miguel Ángel afronta esta temática con la mirada del poeta y el paso del danzante. Va avanzando en círculos a través de 48 textos que abordan el tema desde todas las perspectivas posibles y establecen un diálogo con los principales autores de la Modernidad, a los que da respuesta en todos los casos la propia Muerte, que cierra los círculos (como no puede ser de otra manera pues nos hallamos en su danza) dirigiéndose a ellos en 10 intermedios que, a mi modo de ver, alcanzan la categoría de excelsos poemas en prosa. Por ello, como antes decía, la obra resulta difícil de clasificar si no es como poema en el sentido original del término, esto es, como obra de arte en la que todo, desde la estructura a la composición y desde la primera a la última de sus palabras, contribuye a crear una pieza maestra, que, por añadidura, se nos presenta magníficamente editada gracias al primoroso cuidado de Fórcola y al buen hacer del autor, que ha añadido al texto y al apéndice al que antes me refería, una completísima bibliografía y un índice onomástico, que se agradece enormemente en un trabajo de erudito como es La danza de la muerte.

No querría sin embargo, que esta primera aproximación, casi superficial, a la obra que hoy nos presenta Miguel Ángel disuadiera a los posibles lectores haciéndoles pensar que están ante un trabajo denso y sesudo. Sin duda ha tenido que serlo en su composición y elaboración, dada la erudición de la que, como les decía, hace gala el autor; pero el resultado se nos ofrece (doy fe de ello) con un estilo que hace que la lectura resulte fácil y que irremediablemente enganche al lector haciéndole participar de la danza de palabras que, en consonancia con el tema, ha construido. Y ello contribuye también, sin duda, al poder inspirador de este ensayo, cuyos círculos se abren a nuevos círculos en la mente del lector, poseído por un tema que se diría inagotable.

Por lo que a mí respecta (y confieso de nuevo que soy un lector caprichoso y difícil) la lectura (que como digo estoy llevando a cabo en estos días) me ha llevado inevitablemente al campo en el que me he especializado, la narrativa folklórica, iluminando algunos temas en los que apenas había reparado hasta el momento, como el cuento popular de la gaita que a todos hacía bailar o el conocidísimo relato del Flautista de Hamelin, tras los que veo ahora la presencia de la Danza de la Muerte e incluso del extraño fenómeno de la coreomanía (conocido popularmente como Danza de San Vito), que se produjo en los inicios de la Edad Moderna para dejar simplemente de existir tras el siglo XVII. También la reflexión sobre la propia danza, como la más perfecta de las formas de expresión artística, en la medida en que nos lleva a comunicarnos con nuestro propio cuerpo, me lleva ahora a ver con otros ojos algunas danzas populares y hasta incluso algunos juegos de naipes, de los que en su día, inspirado por la elocuente obra de Juan Antonio Urbeltz, Bailar el caos, dije que eran una perfecta representación del caos. Huelga decir, por otra parte (ya lo apunté antes) que la muerte es consustancial a la vida y que la conciencia de esta, como defiende Bataille, explica el erotismo, el rasgo que definitivamente nos hace humanos, según el citado autor, lo que, en mi mente de folklorista me lleva inevitablemente de la Danza de la Muerte que, aquí nos ocupa, a su contrapunto erótico de la orgía o el akelarre, y también, cómo no, a la risa, que, como demostró Propp, al igual que la danza, es signo de la vida.

Para acabar, y sin querer entrar en un terreno en el que no puedo moverme con la soltura y la sabiduría de Miguel Ángel, pienso que su obra ha entrado de lleno en un tema que, como suele decirse, es de absoluta actualidad, y es que, aunque él haya abordado el asunto sobre todo desde la perspectiva de artistas y pensadores contemporáneos, la Danza de la Muerte, tal como se configuró en las postrimerías de la Edad Media, es, sin duda, el resultado de una crisis comparable en muchos aspectos a la que venimos viviendo desde el siglo XX, sin duda, y con el permiso del siglo XXI en el que nos encontramos, el más sanguinario de la Historia de la Humanidad.

Al respecto, es sabido que se ha relacionado la Danza de la Muerte o Danza Macabra (y me refiero ahora al género tardo medieval, mezcla de danza, poesía y diálogo, como la propia obra de Miguel Ángel) con las epidemias de peste que asolaron el final del Medievo, interpretándose su mensaje, desde una perspectiva religiosa, como un recordatorio de que los goces mundanos tienen su fin antes de lo que en general esperamos o deseamos. No obstante, yo prefiero quedarme con una interpretación, que sin contradecir a la anterior, tiene también validez y sentido en el tiempo que dio a luz a la Danza de la Muerte: me refiero al carácter igualador de esta, que a todos alcanza, desde la más poderosa a la más humilde de las personas, representando así una suerte de justicia universal contra la que no cabe apelación alguna.

Por esto, y como despedida, pues no quiero hurtarle más tiempo al autor, que es a quien han venido a oír, finalizo con una elocuente cita de su obra, concretamente del capítulo titulado de manera más que elocuente «El mal, dicen»:

¿Qué cosa es ésta, se pregunta el Emperador al inicio de la rueda macabra, ésta que tan pavorosamente me lleva a su danza a la fuerza, sin desearlo? Edificamos sobre la catástrofe, sobre el derrumbe y el quebrantamiento del orden establecido, y levantamos así el escenario ideal para las celebraciones. Llegue o no a bordo de un navio infestado de ratas, la peste nos arroja a la calle. Antonin Artaud lleva el registro detallado de los hechos. Hay piras encendidas al azar por calles y plazas, pirámides ruinosas de cadáveres y animales que todo lo mordisquean; los hay que, vivos aún, no mueren pero sí deliran y desprecian a los muertos; el hedor es nauseabundo, fermentan las vísceras y se abren puertas y ventanas. Nadie, en adelante, hace ya nada útil ni de provecho, y se invierten los papeles en un absurdo drama de erotismo y muerte. Quien no fornicaba, ahora lo hace; quien no ha matado, asesina a su propio padre; quien buscó el bien de su ciudad, ahora la incendia. Nada de esto, nos dice Artaud, hubiésemos imaginado sin la peste. No necesitábamos de nada de lo que nos ha sucedido desde la llegada del mal. Todo es ahora, en la catástrofe, un desvarío gratuíto, acaso tanto como ese delirio contagioso del teatro, quizá como el no menos contagioso delirio de la danza, tan necesaria, sin embargo, cuando busca perturbar el reposo de nuestros sentidos.

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Published in: on 05/07/2015 at 16:04  Deja un comentario  

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